Estamos frente a un fenómeno que se ha expresado con virulencia estos últimos días en Latinoamérica, pero tiene una escala mayor. Es difícil desentrañar las razones, determinar la causa que da origen a ese profundo reacomodamiento de placas tectónicas: es proteico, con movimientos de enturbiamiento de los límites, que dan lugar a efectos de distanciamiento e incomprensión.
Hechos de esta magnitud ponen en cuestión al sistema, lo desafían. Son tan extraordinarios que ponen al límite a las instituciones y obligan a repensarlas, para dar una respuesta. Hay dos modos de encarar el asunto: unos propondrán un cambio radical y otros instarán cambios y ajustes a lo vigente. Unos mirarán sólo para adelante, con actitud de clausura hacia la historia y el presente; otros pondrán su mirada en el pasado, para entender el presente y proyectar el futuro.
En definitiva, son modos opuestos de entender la vida y la política de las naciones. Ha pasado muchas veces en la historia y tenemos ejemplos y consecuencias vívidas de cómo funcionaron esas opciones y los resultados que dieron. Hay algo cierto y concreto: hay que dar una solución; no es una respuesta válida la no respuesta, a la espera de un acomodamiento tan sólo espontáneo.
El siglo XXI plantea un escenario fascinante: velocidad de vértigo combinada con aspiraciones de acceso a estándares de vida más elevados. La tecnología ha hecho que el tiempo se acelere, el espacio se abrevie y las exigencias por más derechos crezcan exponencialmente. Esto choca con dos leyes irrefutables: una, la economía sigue siendo la ciencia de la escasez; por más que haya aumentado la capacidad productiva, los bienes siguen siendo finitos; otra, existe un tiempo virtual y otro que podríamos llamar físico: el segundo no es el del “aquí y ahora”; hay cosas que llevan su tiempo…
Es un dilema central ante el que el derecho no puede permanecer impertérrito. Algunos sistemas ajenos a nuestra tradición (no sólo jurídica) proponen asegurar crecimiento económico a altas tasas a cambio de restricciones a ciertas libertades: quid pro quo: bienestar económico por menos libertades políticas. Los modelos autoritarios no parecen ser el camino: esa es la salida fácil y cortoplacista, que no conduce a nada. No hay respuestas radicales a demandas radicales sin consecuencias radicales (en el largo plazo, especialmente).
La respuesta tiene que ser inteligente con horizonte de estadista, de largo plazo. La solución de la ecuación pasa por más democracia. Es acercarse a la gente: no vendiendo utopías ni imposibles; sí explicando con claridad los límites, las posibilidades y los desafíos. Y en una interacción de mayor dinámica, favorecer y profundizar la participación ciudadana. Es escuchar con atención y buscar consensos. No sólo entre la clase política… especialmente de los gobiernos con la sociedad, que es el Estado, que en definitiva somos todos.