Dicen que hay dos formas de entender la historia. Una la representa el mejor abogado de todos los tiempos, Cicerón, quién decía que es la maestra de la vida; un espacio donde inquirir a partir de la memoria, la más frágil y preciosa de las facultades humanas. Otra la encarna uno de los personajes de Shakespeare, para quién la historia es un cuento de un loco contado para idiotas; un sitio signado por la arbitrariedad y la arritmia.
Pareciera que ni uno ni otro tienen toda la razón. Desde ya que existe secuencia, cronología y concatenación de rupturas y posteriores conjunciones, de adónde se puede (y debe) aprender, visión sintetizada por el aforismo popular “el que no conoce [...]