Es una verdad de Perogrullo que estamos inmersos en una revolución digital desde hace un par de décadas. Lo que al principio parecía una mera tendencia y hasta un esnobismo, hoy revela una verdadera insurrección, al punto que no es aventurado sostener que el mundo ha cambiado, de una vez y para siempre. Ha nacido una nueva civilización que tiene como fundamento el movimiento (Heráclito) por sobre la quietud de los sistemas fijos (Parménides, Siglo XX).
No es tan solo la manía por mirar insistentemente la pantalla luminosa en búsqueda de un mensaje, una ilusión o una noticia; es el cambio en la fisonomía de la gente y las ciudades, con transeúntes hablando con personas invisibles por las calles; el impacto en la psicología de la tecnología, que nos aleja del que está al lado y nos acerca a lo remoto; en la política, donde el viejo discurso de campaña en grandes actos queda arcaico ante el mensaje digital (las fake news); en el derecho, no solo con expedientes coloniales que poco a poco dejan espacio (literalmente) a lo virtual y conceptos tradicionales que pierden vigencia. Es todo eso y mucho más que eso.
Las bases fueron arrasadas. Se acabaron los intermediarios (el sabio y las elites tradicionales); la experiencia ahora es directa, y se desarrolla en un espacio tiempo que unifica lo material y lo virtual. Aún así, seguimos siendo educados con cánones del siglo XVIII para dar respuestas a incógnitas del siglo XXI. Al punto que escribimos códigos (como en tiempos de Napoleón) con miles de artículos para una realidad cada vez más líquida. Asimetría poco promisoria que es menester resolver.
Pero no todo lo viejo es obsoleto: hasta hace muy poco (aunque el tiempo lineal es cada vez más relativo), agoreros declararon la muerte del libro. Fue un error, un craso error. El libro sigue vivito y coleando; se impuso con glamour y mucho estilo a los arrebatos prácticos de pantallas digitales y otros inventos pocos felices que no pudieron con él.
Y paradójicamente es el libro el que nos permite empezar a reflexionar ante tanto vértigo. Como recomendación van cinco, que bien relacionados, al menos ayudan a entender un poco lo que está pasando: “El coraje de la desesperanza” (Slavoc Žižek); “The China Wave” (Zhang Weiwei); “The Game” (Alessandro Bericco); “Estado de Excepción” (Giorgio Agamben) y “Breaking News: the remaking of journalism and why it matters now” (Alan Rusbridger).
Los autores son de nacionalidades diferentes; los tópicos son variados y también los idiomas (aunque hay versiones traducidas en todos los casos), pero todos coinciden en algo: el mundo que conocimos en el siglo XX no existe más, ha sido reemplazado en virtud de una revolución silenciosa, con consecuencias aún más profundas e irreversibles que la máquina a vapor de Stephenson o la imprenta de Gutenberg. El nuevo no es un mundo oscuro ni pesimista. Es simplemente distinto, al plantear un sistema de realidad con doble tracción: lo virtual y lo material. Por eso mismo, los desafíos que plantea son mayúsculos y nos obligan a estar preparados: los libros (la cultura y el conocimiento) son la respuesta.