Tres son las virtudes que deben guiar a un servidor público: templanza, idoneidad y austeridad. La responsabilidad que implica ser administrador de la res publica impone un estándar más exigente en la acción, que debe estar fundada en aquellos principios cardinales.
El vértigo que caracteriza nuestra época suele descentrar: no hay tiempo, sino instantes, que exigen respuestas perentorias, muchas veces desprovistas de la necesaria reflexión, que es uno de los nombres de la inteligencia. De allí el riesgo: conocidos son los errores que engendra el “decisionismo”, esa suerte de doctrina que hoy se mueve al ritmo del golpe de una tecla, que ignora el largo [...]