La causa de los cuadernos desnudó a la sociedad argentina. No es un punto de quiebre más: la elegía «que se vayan todos» aplicaría en su plenitud porque nos convoca a todos, empresarios, políticos y ciudadanos, que dejamos que violen impunemente a la República durante años. Toda sociedad transita en una marcha infatigable de los hechos al derecho. Una evolución jurídica con avances y retrocesos que van consolidando un marco con pautas que permiten una convivencia cada vez más apacible. En el caso de nuestro país, tiene peculiaridades marcadas por ritmos y predominios que han signado un destino que no se termina de definir hacia el Estado de Derecho.
Hay dos vectores que históricamente han pugnado por un predominio en ese devenir. Uno es el de la bifurcación. Marcado por los cambios constantes y a velocidad de vértigo que garantizan la inseguridad jurídica, con la proliferación de normas de menor rango que terminan imponiendo el modo en el que se deben aplicar las leyes. Se destaca por una forma de entender el pasado como una condena y algo que no necesariamente es verdadero, al punto que hasta podría ser modificado desde el presente con palabras y relato. Es lo voluble y tiene por centro de gravedad el interrogante: ¿cómo llegamos a esto?, pregunta que asegura la irresponsabilidad, porque cuando la culpa es de todos termina siendo de nadie.
Se le opone el vector de la línea; que no se quiebra ni dobla, que busca ser predecible, serio (de serie, conducta repetida en el tiempo) y por tanto permite lo estable: pocas leyes y muchas instituciones que dan lugar a la libertas ciceroniana, entendida como poder vivir cómodamente dentro de las instituciones republicanas. Ve el pretérito como un aprendizaje que potencia el futuro sobre la base de evitar los errores, y tiene como punto de apoyo la pregunta ¿qué es lo que va a pasar?; es decir que mira de frente el porvenir, haciéndose cargo de su historia.
Si se puede poner una fecha capital como referencia, desde la interrupción del orden institucional del 6 de septiembre de 1930, prima en nuestra historia el vector de la bifurcación; el del corto plazo, de giros súbitos y soluciones cortoplacistas. Con pocos intervalos, desde entonces perdimos el ritmo institucional. El devenir argentino estuvo marcado por espasmos y taquicardias que produjeron un estado de crisis casi perenne y agotador.
Después de mucho tiempo, la Argentina tiene un gobierno que abraza el vector de la institucionalidad. Es un estilo de gobierno republicano que se guía por las cuatro virtudes típicas: división de poderes, publicidad de los actos, responsabilidad de los gobernantes y periodicidad de los mandatos. Ningún avance judicial en tantas causas penales hubiera sido posible si no es con un respeto irrestricto a los otros poderes; otro tanto con el proyecto de presupuesto, que se discute como pocas veces antes en el Congreso. Lo propio con hacerse cargo de un pasado lleno de errores, sin jactancia, porque es lo que corresponde a la responsabilidad de Estado. Y así, abundan los ejemplos de actos de este gobierno que armonizan con aquellos principios. Es un camino difícil. Es una sociedad exigida al límite del esfuerzo. Pero sobran los motivos de esperanza; los argentinos empezamos a entender que no hay varitas mágicas ni ábrete sésamos. Es un tiempo de maduración política que vislumbra que la única salida es a través del vector de la institucionalidad y los valores republicanos.
Por Bernardo Saravia Frías para el diario La Nación
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