En el derecho romano la palabra “patrocinar” refería al lazo sagrado que unía al patrón con sus clientes. Era un deber impuesto por ley de brindarle protección y asegurarle su defensa en juicio a quiénes estaban bajo su cuidado. Desde luego que nada cobraba el patrón por cumplir ese deber. Lo hacía por el honor, de allí la etimología de la palabra “honorario”.
Con el tiempo aparecieron quiénes lo hacían ad libitum o ex professo, abogando por lucro. Estos no recibían por tanto un honorario, sino un estipendio o salario, lo que indicaba la naturaleza distinta de su servicio. Y en este punto de la historia la línea se curva: aparece el afamado lema petroniano asseam habeas, [...]