Un informe del semanario “The Economist” sobre “Mercados Emergentes” invoca a la reflexión. Analiza los desafíos macroeconómicos de los países que forman ese conjunto, en virtud de su histórico endeudamiento en dólares y con tasas de interés atadas a esa moneda, para atraer la inversión; y los problemas consecuentes: inestabilidad ante cada suba o baja de la tasa por la FED y la maldición (paradójicamente) que significaron las materias primas, ambas con reflejo en las sucesivas crisis desde 1982 (“efecto Volcker”), 1994 («Tequila”), 2001 (Argentina), hasta la última de 2013 (“Brics”).
El informe es optimista: considera que las herramientas macroeconómicas con que hoy cuentan esos países son más robustas y eficientes. Destaca, sin embargo, que hay un ciclo global sincronizado que exige agudizar la anticipación de los gobiernos para evitar los shocks adversos. Puesto en buena compañía de Deleuze (Derrames II, axiomática capitalista) y Rouquie (Democracia Hegemónica), desafía a pensar qué reformas habría que poner en práctica en nuestro país, aprendiendo de la experiencia y proyectándola al futuro.
Tenemos un régimen laboral del siglo pasado, anacrónico ante un mercado moderno tan distinto, atravesado por “economías colaborativas” sin un régimen claro, y trabajadores desprotegidos (pensar en plataformas como Uber, Airbnb, etc.). Otro tanto con nuestro sistema impositivo y una ley de coparticipación aún anterior, con obligaciones constitucionales incumplidas desde 1994. Y un sistema jurídico en general más inclinado a lo sacramental que a lo práctico, que no termina de incorporar más que tímidamente y en las formas el nuevo “derecho de red”; basta considerar que tenemos una ley de procedimientos administrativos que regla la relación del Estado con los particulares con idiosincrasia del siglo pasado, en plena “era de la información”, en la que casi todo ocurre en la red.
Todos cambios estructurales que debiéramos enfrentar los argentinos para sentar las bases de un crecimiento largo y sostenido en beneficio de todos.